Título original: Canciones de amor en Lolita’s Club
Nacionalidad: España
Año de producción: 2007
Dirección: Vicente Aranda
Guion: Vicente Aranda
Protagonistas: Eduardo Noriega, Flora Martínez, Belén Fabra.
Alejandro Varderi
“Canciones de amor en Lolita’s Club”, explora la complejidad de las relaciones tanto familiares como pasionales en un contexto signado por la violencia, algunas de cuyas víctimas, especialmente mujeres, son de origen inmigrante. De hecho la secuencia inicial del film donde Raúl (Eduardo Noriega), un policía alcohólico perseguido por ETA, tras pasar la noche con una prostituta malhiere a un par de motorizados acosando a dos mujeres musulmanas con un niño, asienta el tono del film y sirve de detonante a la historia puesta a tensar estas temáticas. “¿Conocías de algo a las moras?”, le pregunta el inspector antes de suspenderlo, ya que Tristán (Xosé Manuel Olveira ‘Pico’), el padre de uno de los abusadores hospitalizados y dueño de una red de prostíbulos tiene mucha influencia política.
La manera despectiva de dirigirse a la etnicidad de las víctimas y proteger a un mafioso poderoso pone en entredicho el profesionalismo del cuerpo policial y su imparcialidad para aplicar la ley, especialmente en lo que a los inmigrantes respecta. De hecho Los datos de la CPDT recogen un aumento de las agresiones a personas migrantes por parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Así, en 2015 se recogieron los casos de 50 personas; en 2016, la cifra aumenta a 147; y en 2017, a 287 personas. El dato de 2017 es el segundo más alto desde 2004, solo superado por la cifra de 2014, cuando se registraron 355. Ello azuza el rencor y la desconfianza hacia las autoridades, cuyos abusos de fuerza han recrudecido en los últimos años al radicalizarse las demostraciones contra el Gobierno central, especialmente en Cataluña, y aumentar el número de refugiados llegando a radicarse en la Península.
Tales desarrollos han dado origen a movimientos sociales que exigen nuevas formas de hacer política, y demandan una mayor sensibilización y actualización de las fuerzas del orden para interactuar en la nueva realidad. Algo que todavía no se ha logrado, incrementando las tiranteces entre las autoridades y la ciudadanía, lo cual fomenta las explosiones espontáneas y la rebeldía, con el consecuente caos y destrucción generalizados donde participan además grupos anárquicos, muchas veces llegados de otras geografías, que aprovechan el clima de desconcierto a fin de imponer sus particulares agendas.
La complicidad entre las mafias y las instituciones tiene su expresión dentro de la película en el personaje de Mazuera (César Mora), colombiano ligado al tráfico de drogas y prostitución, quien le suministra a Raúl un dossier donde aparece la identidad de las mujeres que trabajan en los clubs de Tristán; muchas de ellas menores de edad y ejerciendo el oficio con documentación falsa. “Donde está la mano de Tristán está ETA”, refrendará Raúl, completando la trama de connivencias, que se extiende en el film desde Galicia al País Vasco y moviliza la diégesis con sus consecuentes episodios de intimidación, crímenes y chantajes, dables de poner al protagonista ante sí mismo y ante quienes comparten su entorno familiar y personal.
El sitio de la familia en la trama centrará la acción al ser Valentín, el hermano con problemas mentales de Raúl, interpretado por el mismo Noriega, quien hace de recadero en el club y se halla platónicamente enamorado de Milena (Flora Martínez), una colombiana muy popular entre los clientes. Ella y Nancy (Yunet Guerra), una cubana deseosa de ascender en la jerarquía del Lolita’s, alegorizan el lugar ocupado por el otro en el espacio del colonizador ya sea el encargado del local, el policía o el discapacitado, dando origen al dualismo “nosotros”- “ellos”, que incluso opera dentro del círculo familiar. “Tenemos un idiota en la familia, qué importa que se haya liado con una puta”, afirmará el padre, minimizando el papel del hijo menor dentro de la representación hogareña, donde la actual esposa tampoco tiene un rol importante pues se acuesta con su hijastro Raúl.
Todo ello profundiza la brecha entre quienes pontifican y controlan, con respecto a los humillados y fiscalizados, generándose un juego de resistencias, estallando en la escena donde unos presuntos etarras asesinan a Valentín a la salida del club confundiéndolo con Raúl. Se aúnan así los distintos temas de la película con la intolerancia como hilo conductor, siendo el prostíbulo el locus en que confluye lo irrepresentable.
La cámara se detendrá entonces en las transacciones monetarias y carnales entre muchachas y clientes, teniendo a los estupefacientes y la extorsión cual motores del entramado dramático. La intimidación física y psicológica hacia las mujeres, en su mayoría jóvenes inmigrantes con familias sobreviviendo en Hispanoamérica gracias a sus ingresos, reafirma un racismo camuflado bajo el machismo de caracteres para quienes ellas solo tendrán un valor de cambio. “Tengo entendido que a estas chicas hay que ablandarlas para que entren a ser putas. Meterlas en la droga es fácil pero, quién se ocupa de desvirgarlas. ¿Tú? Será con el mango de una escoba”, reta Raúl a Tristán, en un diálogo donde lo que realmente está en juego es el triunfo de lo masculino, con la objetualización de lo femenino como arma. Una objetualización, haciéndose más execrable por el hecho de ser ellas prisioneras, al no poder abandonar ni la profesión ni el club pues están en deuda con sus propios torturadores.
Tal sujeción al poder del hombre tiene terribles consecuencias para las inmigrantes, especialmente si son ilegales o trabajan con documentos falsos pues su estatus les impide denunciar al opresor, quien se aprovechará de la situación explotándolas, violentándolas o chantajeándolas aún más. De hecho, a las jóvenes del Lolita’s les quitarán los pasaportes cuando empiecen a trabajar, quedando a la merced de los administradores del local. Incluso las comidas las realizan allí, con lo cual es muy poca la movilidad que tienen fuera de aquellas paredes ya que hasta las compras, de la cocaína a los cosméticos, las hará el recadero.
Una situación entonces donde la oposición a la violencia masculina no tendrá posibilidad de traducirse en expresiones abiertas de rebelión, más propias de un feminismo amplio, pero que desde las pequeñas muestras de resistencia al dominio masculino, empezarán a minar un frente no tan sólido como parecía. De hecho Raúl, quien empieza abusando de Milena, acabará como su hermano enamorándose de ella y pondrá en juego la vida para intentar sacarla del club. Comprar su libertad implicará ahí negociar con Tristán, cambiando el dossier con las pruebas que lo inculpan de trata ilegal, por el pasaporte y la amortización de la deuda de la mujer. Si bien ella decidirá sobre su destino, rechazando la oferta en un diálogo sumamente iluminador: “—He comprado tu libertad y a mi manera. Eres libre, puedes volver a tu país. —No quiero volver a mi país. —Y qué quieres, ser puta toda la vida. —Sí. Estoy pagando una deuda pero gano mucho dinero. Mucho más que un policía. Desde aquí ayudo a mi hija. Me pagan para simular orgasmos pero me encanta hacerlo”.
Esta subversión del concepto de sometimiento y vejación por parte de la mujer misma tiene en el film la función de radicalizar la posición de la trabajadora sexual, hasta llevarla al desafío de las convenciones y creencias acerca de la explotación y mercantilización del cuerpo, más allá de las agendas políticamente correctas y los desafíos feministas. Asimismo, rompe con el mito de la nostalgia por el terruño, achacada indiscriminadamente al refugiado y al inmigrante, quien no siempre desea regresar al lugar de donde partió, pues ha terminado volviéndose más ajeno que la tierra donde ha plantado su bandera. La referencia a sus ganancias económicas, con respecto a las de un guardián de la ley y el orden quien en este caso actúa fuera del marco jurídico, expone los dobleces y corrupciones de los cuerpos de seguridad, como parte de un sistema perennemente viciado. En tal sentido El Juzgado de Instrucción 50 de Madrid, coordinado por la Fiscalía Anticorrupción, ha desmantelado recientemente un entramado de funcionarios de la Dirección General de la Policía y de la Dirección General de Tráfico que han favorecido contratos públicos a cambio de beneficios personales donde los grupos más vulnerables conforman el grueso de las detenciones.
Por otra parte, la ONU ha cuestionado a España por la ley mordaza y el trato a los inmigrantes, y ha solicitado a la nación que reconsidere incluir las devoluciones de inmigrantes en frontera dentro de su legislación. Además, la mayoría de los países que han condenado este tipo de expulsiones, se han mostrado preocupados también por el excesivo uso de la fuerza de los cuerpos de seguridad contra los inmigrantes en la frontera y por la reforma sanitaria que ha dejado sin atención completa a los extranjeros en situación irregular.
Las oposiciones binarias —civilización-barbarie, desarrollo-subdesarrollo, claro-oscuro, sujeto-objeto— puestas a clasificar a los sujetos como colonizador y colonizado, se transponen a la evolución de la relación entre Milena y Raúl a lo largo del film. El primer encuentro engarzará la doble mirada, dándole al policía el papel dominante con un plano de conjunto donde ella, en cámara lenta, entra al campo y permanece fija en el centro del encuadre, apuntalada por los ojos del policía recorriéndola cual si fuera animal de matadero. De hecho, sus primeras palabras serán para preguntarle cuánto cobra, y tras tenerla ofrecida en la cama lanzarle los billetes, saliendo luego sin tocarla ni darle una segunda ojeada; en tanto la de la mujer, desde la postura subordinada del cuerpo, acabará sujetándola al poder del otro. Para desasirse de ese dominio, Milena empezará a bordear a Raúl con un rodeo de la mirada, en un movimiento circunvalatorio que acabará cercándolo hasta esclavizarlo. Ahí el espectro del hermano asesinado tomará una vez más el lugar del policía pero para reducirlo a un segundo plano en los afectos de la joven. “¿Quieres ser como Valentín? Tráeme caballo. Ando escasa”, le ordena, agarrando el pasaporte y saliendo, ella esta vez, sin volver a mirarlo.
En una irónica vuelta de tuerca, acabará siendo un oficial asignado a la unidad de narcóticos quien le suministre a la joven la droga y en la última escena se apropie del papel de Valentín, cuando la observe reverentemente mientras duerme aunque sin osar acercase, pues ha quedado irremisiblemente sujeto a su influjo como conquistador conquistado. Al ella alargar desde el sueño la mano e invitarlo a acostarse a su lado, se cerrará el proceso de “racialización” del prostíbulo con el triunfo del inmigrado sobre el natural del lugar, pudiendo esta trabajadora de la noche sentirse, aun cuando solo sea en el entorno limitado del cuarto, dueña de su cuerpo y sus deseos. Algo que para el mismo cineasta contradice las pautas de la profesión más antigua del mundo donde las miserias, menoscabos y degradaciones sufridas por quienes la ejercen, le han llevado incluso a alterar su percepción de esta hasta abogar por su abolición. Según el mismo Aranda: “La prostitución es una cuestión de demanda emocional por ambas partes, pero es también algo feroz, que envilece. Antes hubiera estado a favor de legalizar, ahora no”. Una actitud igualmente sexista porque en el fondo lo que pretende es seguir culpabilizando a la víctima, al poner en ella la responsabilidad de preservar la discutible respetabilidad del comprador.
Pero no es sino la operación opuesta lo importante aquí, es decir, un “anti-sexismo ” donde el sujeto que alquila los servicios carnales pretende no mancillarse pese a estar aprovechándose de ello. Esto quedará expuesto y sin posibilidad de redimirse cuando quien los presta no entre en el molde preconcebido, cual ocurre con Milena. Y es que, aún desde esa semiesclavitud, ella como inmigrante sabrá establecer claramente unas prioridades, donde el bienestar de la familia dejada atrás ocupará el lugar privilegiado, demostrando además ser mucho más honesta que el cliente pues no tiene nada que ocultar.
Las sanciones que la justicia española les aplica a quienes ejercen el oficio, dentro de un régimen donde se mantiene una posición ambigua en cuanto a su legalidad cuando se realiza en lugares públicos, perjudican especialmente a las inmigrantes, porque al temor a denunciar excesos y extorsiones se aúna la situación de irregularidad con el consecuente miedo a ser repatriadas. Esta disyuntiva beneficia tanto al propietario como al comprador, dándoles pie a fijar las tarifas de acuerdo con sus intereses, sin contar maltratos y vejámenes, al tiempo de crear condiciones inseguras en una contemporaneidad donde el sexo puede resultar mortal. “Aquí los clientes se van con quien quieran. Y otra cosa, el sida no existe”, asegura el encargado del Lolita’s, dándoles carta blanca a los usuarios para dictar sus propias reglas, libres de intrusiones y regulaciones.
La anarquía de las relaciones permea el film y puntea la diégesis, favoreciendo a los caracteres masculinos, ya sean padres, hijos o hermanos, quienes mostrarán un intolerancia producto de atavismos, frustraciones e inadecuaciones provenientes fundamentalmente de una situación familiar tóxica. Este es el caso de Raúl, cuya relación conflictiva con un padre autoritario y depredador, le lleva a detestarlo y aborrecer lo que le rodea, manipulando a su madrastra y sobreprotegiendo al hermano desde un sinsentido frecuente en el outsider. De hecho, Raúl nunca mostrará real empatía hacia ellos, prefiriendo mantener una distancia afectiva puesta a crear una coraza en torno suyo para protegerse de un afuera que abomina.
No es de extrañar entonces que sea en el micromundo de un prostíbulo de carretera donde encuentre finalmente su lugar. Un lugar desde el cual experimentar las consecuencias del poder inherente a las relaciones, con una mujer igualmente ajena al exterior aunque por razones diferentes. Pues si para Raúl manipular el comportamiento de Milena conlleva reducirla a la posición del colonizado, para ella imponerse a dicha sujeción comporta el triunfo del otro; el marginado, el excluido, el extranjero.
La porosidad de las fronteras físicas y personales, como consecuencia de la creciente movilidad global gracias en parte a las nuevas tecnologías, altera el orden tradicionalmente asignado en las relaciones de poder, si bien lo masculino tiende a tener la última palabra. De ahí que en la película de Aranda, trastornar dicho orden le permita al director reflexionar sobre la necesidad de obtener eco en el otro, Esta podría ser quizás la enseñanza de esta película: la necesidad imperiosa que todos tenemos de querer y ser queridos. —“Aquí no están excluidos ni los clientes, ni las profesionales, ni los tontos, ni los listos”, apunta el realizador— pero sin parcializarse por lo más extendido, es decir, la opresión de la mujer por parte del hombre y sin posibilidad de rebelarse.
Revelar sin embargo los fallos del sistema y exponer la corrupción política, social y personal masculina resulta clave en el desarrollo de la diégesis, al tiempo que destapa la trama de componendas y malogros de los cuales las jóvenes del Lolita’s son objeto en régimen de prisión, dada la imposibilidad de liberarse hasta no haber cancelado la deuda con quienes eufemísticamente las contrataron. La negativa de abandonar esa prisión por parte de Milena tiene, en un sentido amplio, la facultad de iluminar la pantalla en su doble acepción: como estrategia para focalizar la intolerancia masculina, y como detonante para la reflexión en torno a las causas y consecuencias de la mercantilización carnal, realizada fundamentalmente por mujeres inmigrantes. Volviendo a Aranda: “Los libros que he consultado y la información que tengo hablan de alrededor de 400.000 prostitutas en nuestro país. Españolas muy pocas; rumanas, el 80 por ciento”.
Valorizar su sitio dentro de una sociedad hostil e indiferente tiene igualmente para las trabajadoras del Lolita’s un doble sentido: ensalzar la propia cultura y darles a ellas el respecto que se merecen como profesionales y mujeres, a fin de que no se desvalorice ni lo uno ni lo otro en su esencia y fundamentos. Algo que en la actualidad, y con el ascenso de la ultraderecha al poder, se hace cada vez más difícil, al tiempo que aumenta la persecución y acoso a las trabajadoras del sexo, en un marco de violencia e injusticias contra quienes ejercen esta profesión.